Octave Mirbeau - Un decadente olvidado
Entre los autores menos
recordados del cenáculo de los decadentes franceses de finales del siglo XIX está
el nombre de Octave Mirbeau (1848-1917), novelista, panfletista, dramaturgo,
crítico de arte y periodista. Tal vez, a algunos les suene este nombre, si han
escuchado o visto la adaptación fílmica de Luis Buñuel de su novela “Diario de
una camarera”. Sin embargo es otro de sus libros, “El Jardín de los Suplicios”,
el que más interés y polémica ha despertado entre los diletantes del
decadentismo y del discurso transgresor.
La novela cuenta con tres
partes muy bien definidas:
La primera parte, que lleva por nombre "Frontispicio", consiste
en una reunión de intelectuales seguidores del positivismo y anti-dreyfusistas
en donde se habla del crimen como un instinto natural que afecta a todos a
todos los seres humanos. Sobresale un discurso en el que se pone de manifiesto
que el impulso criminal está asociado al impulso sexual. De entre los
concurrentes, sale un personaje desconocido que pide la palabra para leerles un
relato producto de la experiencia propia titulado “el jardín de los suplicios”.
En la segunda parte, "En misión", el narrador desarrolla la
primera parte del relato “el jardín de los suplicios”. Este apartado nos
presenta los antecedentes del narrador como un político corrupto quien, luego
de perder unas elecciones para un puesto público, por recomendación de un amigo
de infancia y ministro también, se retira de panorama y acepta el ofrecimiento
de una misión como científico falso en Ceilán dedicado a la embriología. En su
viaje a Ceilán conoce a una extraña y atrayente dama inglesa, Lady Clara, con
quien entabla una relación que va de la simple amistad al deseo erótico. Se introduce
el personaje de Clara con atributos de una mujer bella, dulce y sensible que
produce que el narrador se enamore de ella y le confiese su falsa imagen de
científico. Clara, igualmente enamorada del narrador, le pide que la acompañe a
China, que abandone la odiada civilización europea y así lo hace.
La tercera parte, "El Jardín de los Suplicios" (segunda parte del
relato en sí) transcurre dos años después del encuentro de Clara y el narrador
en el viaje a Ceilán. En esta parte, el narrador regresa a China, luego de
haberse separado de Clara y haber hecho un recorrido por Indochina agobiado de los
excesos y alucinaciones decadentes a los que lo había sometido en compañía de
su “amiga” Annie con la que se insinúa que mantenía relaciones lésbicas. Clara
recibe a su amante en medio de un decorado exótico plagado de lujos orientales:
las manos cubiertas de sortijas en la que sostiene un perrito de la raza Laos,
vestida con una túnica amarilla, tumbada entre cojines, sobre una piel de
tigre. Le cuenta la morbosa historia de la muerte de querida Annie producida
por la lepra elafantiásica. Como prueba de su amor, Clara le pide al amado que
la acompañe a una prisión donde están los supliciados y los condenados. El
amado se niega repugnado ante la idea. Clara le hace prometer que, si la complace,
su amor será mucho mayor, más intenso. De aquí en adelante se llega al texto
principal: “el del jardín de los suplicios”. El lector
es participe de la descripción de torturas atroces y horripilantes: la de la
rata en el ano, la de los condenados despedazados, las manchas de sangre y
restos de carne humana en los cálices de flores extrañísimas, garzas carnívoras
y el olor punzante y profundo de la podredumbre. Al final del recorrido y de
los cuadros patológicos, se llega al clímax de la narración decadente producido
no por la descripción de las torturas mismas, sino por el éxtasis erótico
producido en Lady Clara que la transporta a un orgasmo inmenso, mezcla de
placer, histeria y agonía mientras es atendida (como otras veces anteriores) en
un burdel por varias cortesanas que bailan ante un ídolo de siete falos.
La novela decadente “El Jardín de los Suplicios” es el producto singular de
las influencias de la poética simbolista y la narrativa naturalista. No se
trata tanto de describir la realidad cotidiana, sórdida y normal de un ser
cualquiera determinado por los vicios sociales comunes y corrientes, sino la
realidad, excepcional, rara, exquisita y diferente que envuelve la existencia
de seres aristocráticos transgresores de la moral imperante. Es aquí en donde
el autor se vale de los recursos estilísticos del simbolismo para generar una
ambiente agobiante y denso: imágenes sugerentes, sinestesias recurrentes y preciosismo
lingüístico subyugante.
“El Jardín de los Suplicios”
es una muestra admirable del decadentismo en su última expresión en donde el
gusto por el lujo exacerbado, lo prohibido, lo raro y lo exquisito se confunde
con el placer voluptuoso que despierta la contemplación de escenas morbosas. En
esta novela, Mirbeau presenta la quintaesencia del personaje decadente: seres
agotados por el “spleen” envueltos en un clima de esplendor y el refinamiento
para quienes la última satisfacción está en llegar al límite de las sensaciones.
La vida del personaje
decadente es excepcional no solamente porque se aleja del ámbito de lo
cotidiano, sino porque los acontecimientos en que se ve envuelto son
peculiares, entre lo marginal y lo prohibido. La acción está determinada por
los excesos, el mal, la tortura, el crimen y el sexo en sus formas menos
comunes en medio de un refinamiento quintaesenciado.
Se puede decir que “El Jardín
de los Suplicios” presenta el planteamiento básico de la novela decadente: por
un lado tenemos a un anti-héroe, un ser débil, de pasado oscuro, subyugado por
la belleza y el encanto de una mujer extraña, excepcional, misteriosa, que lo
domina con tan solamente mirarlo. El dominio que ejerce esta mujer es una
mezcla de pasión, magia y erotismo quien convence al hombre a seguirla lejos de
lo cotidiano, de lo habitual. De esta forma, Lady Clara reúne todas las características
de la mujer decadente, “la femme fatale”, que bajo una apariencia dulce,
amorosa, tierna y comprensiva, oculta una personalidad lujuriosa, apasionada, sádica,
histérica, entregada excesos de toda índole.