Wednesday, March 7, 2012


Octave Mirbeau - Un decadente olvidado

Entre los autores menos recordados del cenáculo de los decadentes franceses de finales del siglo XIX está el nombre de Octave Mirbeau (1848-1917), novelista, panfletista, dramaturgo, crítico de arte y periodista. Tal vez, a algunos les suene este nombre, si han escuchado o visto la adaptación fílmica de Luis Buñuel de su novela “Diario de una camarera”. Sin embargo es otro de sus libros, “El Jardín de los Suplicios”, el que más interés y polémica ha despertado entre los diletantes del decadentismo y del discurso transgresor.

La novela cuenta con tres partes muy bien definidas:

La primera parte, que lleva por nombre "Frontispicio", consiste en una reunión de intelectuales seguidores del positivismo y anti-dreyfusistas en donde se habla del crimen como un instinto natural que afecta a todos a todos los seres humanos. Sobresale un discurso en el que se pone de manifiesto que el impulso criminal está asociado al impulso sexual. De entre los concurrentes, sale un personaje desconocido que pide la palabra para leerles un relato producto de la experiencia propia titulado “el jardín de los suplicios”.

En la segunda parte, "En misión", el narrador desarrolla la primera parte del relato “el jardín de los suplicios”. Este apartado nos presenta los antecedentes del narrador como un político corrupto quien, luego de perder unas elecciones para un puesto público, por recomendación de un amigo de infancia y ministro también, se retira de panorama y acepta el ofrecimiento de una misión como científico falso en Ceilán dedicado a la embriología. En su viaje a Ceilán conoce a una extraña y atrayente dama inglesa, Lady Clara, con quien entabla una relación que va de la simple amistad al deseo erótico. Se introduce el personaje de Clara con atributos de una mujer bella, dulce y sensible que produce que el narrador se enamore de ella y le confiese su falsa imagen de científico. Clara, igualmente enamorada del narrador, le pide que la acompañe a China, que abandone la odiada civilización europea y así lo hace.

La tercera parte, "El Jardín de los Suplicios" (segunda parte del relato en sí) transcurre dos años después del encuentro de Clara y el narrador en el viaje a Ceilán. En esta parte, el narrador regresa a China, luego de haberse separado de Clara y haber hecho un recorrido por Indochina agobiado de los excesos y alucinaciones decadentes a los que lo había sometido en compañía de su “amiga” Annie con la que se insinúa que mantenía relaciones lésbicas. Clara recibe a su amante en medio de un decorado exótico plagado de lujos orientales: las manos cubiertas de sortijas en la que sostiene un perrito de la raza Laos, vestida con una túnica amarilla, tumbada entre cojines, sobre una piel de tigre. Le cuenta la morbosa historia de la muerte de querida Annie producida por la lepra elafantiásica. Como prueba de su amor, Clara le pide al amado que la acompañe a una prisión donde están los supliciados y los condenados. El amado se niega repugnado ante la idea. Clara le hace prometer que, si la complace, su amor será mucho mayor, más intenso. De aquí en adelante se llega al texto principal: “el del jardín de los suplicios”. El lector es participe de la descripción de torturas atroces y horripilantes: la de la rata en el ano, la de los condenados despedazados, las manchas de sangre y restos de carne humana en los cálices de flores extrañísimas, garzas carnívoras y el olor punzante y profundo de la podredumbre. Al final del recorrido y de los cuadros patológicos, se llega al clímax de la narración decadente producido no por la descripción de las torturas mismas, sino por el éxtasis erótico producido en Lady Clara que la transporta a un orgasmo inmenso, mezcla de placer, histeria y agonía mientras es atendida (como otras veces anteriores) en un burdel por varias cortesanas que bailan ante un ídolo de siete falos.

La novela decadente “El Jardín de los Suplicios” es el producto singular de las influencias de la poética simbolista y la narrativa naturalista. No se trata tanto de describir la realidad cotidiana, sórdida y normal de un ser cualquiera determinado por los vicios sociales comunes y corrientes, sino la realidad, excepcional, rara, exquisita y diferente que envuelve la existencia de seres aristocráticos transgresores de la moral imperante. Es aquí en donde el autor se vale de los recursos estilísticos del simbolismo para generar una ambiente agobiante y denso: imágenes sugerentes, sinestesias recurrentes y preciosismo lingüístico subyugante.

“El Jardín de los Suplicios” es una muestra admirable del decadentismo en su última expresión en donde el gusto por el lujo exacerbado, lo prohibido, lo raro y lo exquisito se confunde con el placer voluptuoso que despierta la contemplación de escenas morbosas. En esta novela, Mirbeau presenta la quintaesencia del personaje decadente: seres agotados por el “spleen” envueltos en un clima de esplendor y el refinamiento para quienes la última satisfacción está en llegar al límite de las sensaciones.

La vida del personaje decadente es excepcional no solamente porque se aleja del ámbito de lo cotidiano, sino porque los acontecimientos en que se ve envuelto son peculiares, entre lo marginal y lo prohibido. La acción está determinada por los excesos, el mal, la tortura, el crimen y el sexo en sus formas menos comunes en medio de un refinamiento quintaesenciado.

Se puede decir que “El Jardín de los Suplicios” presenta el planteamiento básico de la novela decadente: por un lado tenemos a un anti-héroe, un ser débil, de pasado oscuro, subyugado por la belleza y el encanto de una mujer extraña, excepcional, misteriosa, que lo domina con tan solamente mirarlo. El dominio que ejerce esta mujer es una mezcla de pasión, magia y erotismo quien convence al hombre a seguirla lejos de lo cotidiano, de lo habitual. De esta forma, Lady Clara reúne todas las características de la mujer decadente, “la femme fatale”, que bajo una apariencia dulce, amorosa, tierna y comprensiva, oculta una personalidad lujuriosa, apasionada, sádica, histérica, entregada excesos de toda índole.